viernes, 22 de febrero de 2013

Una madre salvadoreña se aferra a su fe y espera un milagro para no ser deportada

Una madre salvadoreña se aferra a su fe y espera un milagro para no ser deportada
Ana Cañenguez, una madre salvadoreña
 residente en Utah que ha vivido
un verdadero periplo para
mantener a sus hijos, les lee
 la Biblia a sus hijos Katherine (2 izda),
Luis (izda), y a su nieto Easau.
Denver (Colorado), 22 feb (EFE).- Ana Cañenguez, una madre salvadoreña residente en Utah que ha vivido un verdadero periplo para mantener a sus hijos, afirma que sólo su fe le impide caer en la desesperación tras haber recibido la orden de deportación que próximamente la puede separar de su familia.

 La mujer confía en que esa profunda fe que dice sentir hará que se produzca el milagro que necesita para seguir viviendo en Estados Unidos con sus seis hijos. "La situación ahora es bastante difícil, pero me siento optimista y confío en Dios. Estoy aferrada a la fe. Pero en otros momentos, cuando estoy sola, mi optimismo desaparece", dijo en una entrevista con Efe. 
En febrero de 2003, tras el fallecimiento de su hijo mayor (un adolescente que necesitaba cuidados constantes), Cañenguez decidió dejar su país para venir a Estados Unidos con el único propósito de encontrar un trabajo "para que mis otros hijos tuviesen comida y ropa". 
"La semana pasada cumplí diez años en Estados Unidos. Viví en Utah y en Arizona. Desde que entré a este país, al que amo, me esforcé por aprender las leyes, para poder cumplirlas. En mi país de origen nadie me explicó cómo eran las leyes estadounidenses ni qué es lo que se puede o no se puede hacer aquí", relata. Poco después de llegar a Utah, y al comenzar a buscar trabajo, se enteró por medio de otra salvadoreña que se necesitaban "ciertos documentos" para poder ser contratada legalmente como empleada. "Aunque parezca increíble, nunca me lo habían dicho antes de venir.
 Yo no sabía que estaba quebrantando la ley. Tampoco me dijeron que no se podía cortar camino pasando por los patios o los jardines de las casas. Aquí también eso está prohibido. En inglés lo llaman 'Trespassing' (entrar sin autorización)", explica.
 Durante los primeros años trabajó de las ocho de la mañana hasta la una de la madrugada del día siguiente en dos lugares distintos para enviar dinero a sus hijos en El Salvador.
 Y así lo hizo hasta 2011, cuando sus hijos, ya adolescentes, decidieron venir solos y por tierra hasta Utah, pero fueron detenidos en México. Desde allí, lograron contactar con su madre, quien decidió salir de Estados Unidos e ir a "rescatarlos". 
Cañenguez pensó que sería cuestión de unos días, pero necesitó dos meses de negociaciones con las autoridades mexicanas para recuperar a sus hijos. Cuando lo hizo, debió enfrentarse por segunda vez al desierto de Sonora, aunque esta vez acompañada.
 "Cruzar la frontera sin documentos es más peligroso que jugar a la ruleta rusa", opina. "Hacer con niños, si uno no tiene fe en Dios, es imposible". Como precaución, llevó un teléfono celular con ella.
 Cuando la situación en el desierto en territorio estadounidense se tornó demasiado preocupante, al punto que dudó que ella y sus hijos sobrevivieran, ella misma llamó a la Patrulla Fronteriza para que los fuesen a buscar. Ese arresto es el que ahora ha derivado en una orden de deportación. 
"No tuve alternativa", explica la mujer. La gran tristeza que siente, además de pensar que tendría que dejar a sus dos hijos nacidos en Estados Unidos (de 7 y 5 años) y al padre de ambos, es "haber tenido que vivir a las sombras y escondida, no como persona". "Tienen que saber que somos personas que venimos a hacer el bien y trabajar duro, aunque nadie se dé cuenta.
 Me siento orgullosa y agradecida a este país, porque aquí mis hijos pueden hasta dormir tranquilos", afirma. "No quiero ni dar ni tener problemas.
 Yo pago mis impuestos y nunca he recibido ayuda social. Hasta pago por el seguro de salud de mis hijos. Y en mi familia hemos pasado momentos de hambre, pero no vamos a aceptar cupones de comida. No vinimos para eso", agregó. 
La posibilidad de regresar a El Salvador la aterra, no por la pérdida de bienes materiales ("Allí nunca podré tener por mi propio esfuerzo lo que tengo aquí"), sino porque ese regreso podría poner a toda su familia en peligro, debido a la violencia de pandillas en aquel país. "No vine a Estados Unidos a buscar una vida mejor, sino tranquilidad. 
En El Salvador me robaron muchas cosas. Nos han robado hasta la paz", asegura esta salvadoreña, que está aprendiendo inglés y completando su diploma de equivalencia de secundaria. 
Además, es miembro de la Iglesia Pentecostal Luz y Verdad, en Salt Lake City. "Una anciana amiga creyente que oró por mí hace años me dijo un día muchas personas en muchos países conocerían mi historia. No le creí sino hasta hoy que se cumplió aquella palabra. Si Dios hizo este milagro, puede hacer otros milagros también", concluyó esperanzada.

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