sábado, 11 de febrero de 2012

JOB: EN LA SALA DE AUDIENCIA

Nadie sufrió más; nadie lo mereció menos.
Por: Lic. Miguel Aníbal De La Cruz
La voz del alguacil imperiosamente ordeno a los presente; ¡en pie ¡ ¡ Dios salve a este Honorable Tribunal ¡ Los presentes en la sala de vista se alzaron. Los de las filas mas alejadas, curiosos, no esperaron siquiera sentarse de nuevo para atisbar (mirar d reojo) al imputado. Los de la última fila no fueron menos. Se había hablado tanto de aquel juicio, y de la inocencia de un hombre que según la apariencia, era perfecto, recto, temeroso de Dios y apartado del mal. Su nombre era JOB.
JOB tenía 7 hijos y 3 hijas. Su hacienda era siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas asnas, y muchísimos creados; y era mas grandes que todos los orientales. Los espectadores en la sala se preguntaban ¿como pudo suceder? Job, era hombre de levantarse todos los días a ofrecer a Dios, holocaustos y sacrificios, previendo, si algunos de sus hijos pecaban en su corazón con Dios. ¡De repente el mundo se había derrumbado sobre un solo hombre inocente!.
La realidad era que Satanás había herido el orgullo de Dios, diciendo “ Acaso teme Job a Dios de balde?”, extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y veras si no blasfema contra ti en tu misma presencia, respondiendo Dios “ He aquí, todo lo que tiene esta en tu mano; solo respeta su vida. Así comenzó una contienda propuesta en Cielo pero puesta en escena en la Tierra. La medida de coerción, la audiencia preliminar, fueron un atropello total, se les violaron todas las garantías de derechos fundamentales en violación a las normas existentes; fabricaron pruebas aparentemente fehacientes hasta llegar a la apertura a juicio, sin embargo, él, no se explicaba como había ocurrido todo esto, lo único que lo mantenía firme, era su fe a Jehová.
El tribunal estaba compuesto por Satanás, quien fungía como Fiscal acusador; la victima constituida en actor civil, era su esposa y los abogados representante de ella eras sus amigos Elifaz Tamarita, Bildad Suhita, y Zofar Naamatita, y finalmente por el Juez quien era el señor Dios. El Fiscal presento su acusación, alegando que Job era “un pecador”, que esos pecados habían provocado: a) La pérdida de todas las propiedades de su esposa; b) La pérdida de todos los animales; c) La pérdida de todos sus hijos e hijas en perjuicio de la victima, haciendo hincapié sobre tales hechos, como medio de prueba. El Honorable y amante juez, preguntó al acusado, ¿tiene algo que alegar en su defensa, antes de que este tribunal dicte sentencia?, Job, se encontraba confundido, y en su mente solo pedía una sola cosa: La aparición de aquella persona que pudiera explicar su suerte miserable. El quería encontrarse personalmente con Dios, Cara a Cara. ¡Respondió! Lleno de fe, ¡Dios dio, y Dios quito!, por tanto, no hay ningún pecado en tales perdidas, aunque vengan del señor Jehová de los ejércitos, entonces, es evidente que soy inocente.
Satanás, empezó a presentar todas pruebas ilegales y malditas que pudo; pruebas que fundamentaba en los hechos acontecidos, hacia énfasis en que era de tan magnitud el pecado que se refleja en su propia carne, en la piel donde reflejaba una sarna maligna al punto tal que no podía rascarse con las manos. Finalmente, el Fiscal, concluía diciendo, “ y lo peor de todo es que no blasfema en contra de Dios “. Su esposa, la victima, se mofaba de él, le atribuida toda su desgracia al acusado, por su fe ante Dios, al punto tal que le manifestó a Job, “ Aun mantienes tu integridad?, maldice a Dios, y muérete. Sin embargo Job, respondió de la manera siguiente: hablas como suelen hablar todas las mujeres fatuas, (presumidas, vanas, petulantes) . ¿ Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?. Y en todo esto no pecó contra Dios.
Los abogados Elifaz Tamarita, Bildad Suhita, y Zofar Naamatita, pronunciaron discursos elocuentes, respecto al porque de tantos sufrimientos como castigo, sin embargo, el acusado se decía una y mil veces ¿Que he hecho yo para merecer tal sufrimiento?, y maldijo el vientre por donde nació, mas nunca maldijo al señor Jehová. La reputación de Dios estaba en juego. ¿Continuaría Job confiando en él, aun cuando su vida se desmoronara? Esta es la pregunta crucial del tema: Se volvería Job contra Dios?
Sus amigos (abogados de la esposa) fueron aun más crueles, argumentaban que Job estaba siendo castigado, que merecía completamente las tragedias que se desplomaron sobre él. Job por su parte, hacia lo que parecía imposible: seguir creyendo en un Dios amoroso y justo, aun cuando toda la evidencia iba en contra de un Dios que aparentemente lo había abandonado. Cuanto el Juez por fin dio la palabra al imputado, a los fines de que pudiera defenderse, y, si había lugar a atribuirle tales hechos a Dios; el acusado contestó:
He aquí que yo soy vil; que te responderé?
Mi mano pongo sobre mi boca.
Una vez hable, más no responderé;
Aun dos veces, más no volveré a hablar.
Respondió el Juez (Jehová) y dijo:
Cíñete ahora como varón tus lomos;
Yo te preguntare, y tú me responderás
¿Invalidaras tú también mi juicio?
¿Me condenaras a mí, para justificarte tu?
¿Tienes tú un brazo como el de Dios?
¿Y truenas con voz como la suya?
La sentencia fue la siguiente: Jehová quito la aflicción de Job, y aumento al doble todas las cosas que habían sido de Job. Le otorgo, 14 mil ovejas, seis mil camellos, mil justas de bueyes, y mil asnas, y tuvo siete hijos y tres hijas. Fue declarado inocente y resarcido grandemente.
Más tarde, o más temprano todos llegamos a pasar lo que vivió Job, pero tratamos de responder frente a cualquier situación como lo hizo él. CONFIEMOS EN DIOS.

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