miércoles, 9 de noviembre de 2011

Sigo llorando mucho, muchos días,inconsolablemente,sentado en el borde de mi huerto sembrado de soledades,como una fruta magullada.

José-Dorín-Cabrera
"LARISSA"
Cobijado bajo el rocío y el murmullo del amanecer fue tanta la lluvia que cayó en el cauce de mi imaginación, que la última gota formó un manantial desnudo que caminaba por el camino de sus aguas solitarias, reflejadas en el oleaje que fingían las nubes en un cielo gris, quince minutos antes y, desde el rumor de su orilla opuesta, una hermosa joven observa a otra tan linda como ella que, al acercarse, me di cuenta que eras tú misma en una sóla lágrima que se deslizó por mí rostro dibujando recuerdos como el alivio de un suspiro, y la sonrisa del agradable aroma de la voz dormida de tu ausencia que conmueve el silencio que me acompaña
. Pese a los diecisiete años de tu ausencia hoy he decidido hojear el oro quemado de la edad, el álbum de tus fotos para resucitarte y elegir aquella joven inteligente y perspicaz con sus alas de primavera sentada en la mirada del abismo, aunque vivas en la estación del tiempo rezagado, navegando en el otoño de las rosas. Son diecisiete años y te fuiste a los veintidós y aun te sigo echando de menos, que me obligan a construir mis soledades que transformo en esa vida que tú no tienes y que busco cada día, ahora que a mis sesenta y cinco me siento como un niño travieso, al igual que Lucas con sus tres meses de edad, tu sobrino y mi nieto que nos mira a todos y se ríe, porque sólo él sabe que su risa angelical son tiernas postales que nos envía y recuerda tu infancia. Lucas goza y sueña como un ruiseñor y esas postales llenas de alegría que nos hace llegar a través de sus ojos escrutadores, animados por la sonrisa que asoma a sus delicados labios, brillan siempre como una infinita añoranza, abriendo una ventana para que veamos el alma que nos invita a la búsqueda de su comprensión.
Platón decía que en las nubes del cielo vuelan las almas antes de descender sobre los cuerpos, y durante ese vuelo, que es el sueño eterno, las almas quedan inmantadas por esas ideas metafísicas y nuestro pensamiento sólo es la forma de volver a soñarlas.
Todos tenemos derecho a construirnos la propia eternidad, allí donde espero encontrarte algún día bajo una densa luz color fresa, porque siempre habrá un punto para nosotros en las encandiladas estrellas escondidas en la bodega de tu alma que son odas de cenizas, pues cada abismo contiene sus propios héroes sumergidos en el velero que se hundió donde se quedan otras voces eternas que tañen en el fondo del fin.
Siento hoy una sensación de añoranza de tantas cosas que no han sido cuando ya el otoño se prepara para embestirme como un animal herido. Más allá de aquellas nubes está la estación del tren que tanto me fascina, aunque esta vez, sólo fuera para que tú Larissa, vestida de liturgia misteriosa, acudieras a la cita para que pudieras ver a tu papá vuelto tu sobrino Lucas, y lo cargues, y lo mimas, y lo beses, con la delicada ternura que eras, eres, tú misma, y yo lleno de hilillo de baba en la mejilla feliz, volviendo a ti hija mía en la memoria, pues no son las grandes tragedias las que echan abajo el teatro de nuestras vidas, sino la muerte de una hija fiel y respetuosa que sin darme cuenta me sustentaba.
La memoria se fija en la niñez y nos da la identidad, lo primero que se aprende es lo último que se olvida, si los recuerdos se pierden uno se despide de sí mismo, porque se recuerda lo que se siente, aunque nadie muere jamás, siempre queda detrás del lugar desde el que viene su eco amparado en el texto de aquel o aquella que lo amó. Cuando hablo de ti conmigo mismo presiento que vas a aparecer, encendiendo todas mis melancolías, todas mis nostalgias ya cansadas cual indiferencia del buque que se aleja del puerto y de las orlas de pañuelos blancos y tristes que le dicen adiós, adiosito al viento y al olor de tu ternura.
Me afeité, me alisé el bigote y me puse buen mozo y salí temprano, antes del alba, hacia la estación de ése tren expreso que venía rompiendo distancia confiado en que va a encontrar su destino como fanal que enciende la aurora y, en el trayecto, me encontré con una sonrisa vigorosa, grande y redonda del primer sol del otoño y de misericordia que convirtió el cielo en un sólo murmullo de brasas, enriqueciéndolo con una variedad de tonalidades templadas que lo hacían sublime, y que me invitaba a seguir sus pasos amarillos.
Y como en ésa sonrisa creí verte, mientras más me acercaba a el más te alejabas de mi, hasta que tú y el sol desaparecieron inalcanzables, detrás de nubes y montañas del Este, con todos mis días de la semana. No sé si era el sol o tú sonrisa –eterna novia del viento- lo que entonaba la belleza de esa mañana radiante, lo que sí vi fue cuando ambos dirigían sus pasos sobre las azules y verdes y serenas aguas del mar como si este fuera un arroyo quieto como el olvido. El tren cabalgaba en dirección hacia aquella estación, hacia el Páramo del breve e intenso Juan Rulfo, sobre los rieles de lo que soy, un sueño triste que ara sus ruinas desnudas alumbrando retazos de tiempos perdidos. El tiempo pasa (qué fue de nosotros) y voy camino a perder mis plegarias más dulces; aunque pienso, a veces, que esta soledad no me dejará solo.
En esta estación me arrimé a esperar tu llegada con mis manos llenas de rosas y azucenas, margaritas y girasoles, claveles e ilusiones para ver si se cumplía lo que me prometiste en el destello alucinado de mi pensamiento. El tren no se detuvo. Apresurado, se llevó en uno de sus asientos mis deseos de volver a verte a ver y mis rosas se quedaron sin pétalos que envolvieron mi derrota colosal de tu inexistencia.
No obstante, aun así, me aferré al extraño encanto de mi melancolía, a la que atiende al hablar de las cosas, no sólo a las personas, sino a las flores, a los espacios, a la nada, y cuando el tren se esfumó en los legajos más hondos de mi imaginación, resurgió en mi el consuelo, el de tanto esperarte y pensé que, de tanto esperarte, ya habías llegado aunque un adiós infinito me dejó herido y casi muerto como los brazos de un náufrago desesperado. ¿O, tal vez, nunca te has ido?
Mentira es lo que engaña al propio mentiroso. Eso es lo que soy un vehemente mentiroso que oníricamente quiere decir la única verdad de su hija muerta. El tren continuó su marcha mordiendo los olvidos de ése viento dulce en un amanecer de este noviembre inolvidable, duro y cruel, mientras una hoz de luna se escondía detrás de mi almohada como una hacha de seda.
Lucas sabe lo feliz que se siente porque aún no conoce cómo pasa el tiempo; y pronto sabrá de ti porque el alma pura nunca muere y, más allá de la eternidad brillarán tus huellas, por eso, los años de tu ausencia pasan y sigues con nosotros.
Esa ausencia proviene de tu mítica presencia creada por la fuerza de tus nobles recuerdos y de mi nostalgia.
Siempre estamos cerca de ti aunque no nos veamos porque se qué tu ausencia, la muerte, es un ser de lejanías. Pero tú no. Imposible quererte más. Somos nuestra infancia y a ella se regresa siempre. El gran comunista y referente moral portugués, don José Saramago nos decía “que uno va con el niño que fue”. Pasan los años pero no tu recuerdo. La presencia de tu ausencia es inmensa, sin estar, estas, aunque mis ojos fatigados me duelen de no verte y sigo llorando mucho, muchos días como una fruta magullada en noches de clámides impávidas. No te veo pero te sueño y continúas viviendo en la verdadera vida de tu imborrable memoria, dolorida, frágil, como aquella despedida nuestra en medio de brumas y pesares.
Aún rueden las hojas de los almanaques, las verdaderas y las del espíritu, a Lucas se le educará en el deber de recordar como decía don Luis Cernuda “recuérdalo tu y recuérdalo a otros”, porque la memoria es la condición necesaria no solo para establecer diferencia entre el ser y el estar, que es el olvido, sino también para el logro de nuestra identidad. Somos nuestra memoria, lo que recordamos y gracias a ella tú eres inmortal en el fundamento moral de recordarte hija mía.
Lucas es un pozo de ternura que trepa sobre la espalda que tú ausencia medita mi soledad y él se afana por brindarme la alegría mía y tuya que te llevaste, y cuando uno ya tiene cierta edad empieza a recordar aquellos lugares mágicos de la infancia y de aquella infancia tuya, es como empezar a despedirme de esos lugares con gozo; eso es Lucas para mí, bienestar.
Porque todo en la vida se rompe o se pierde menos el elfo de la luz de los duendes, de los fantasmas, de los cuentos, de las fábulas que nos conducían hacia la isla del tesoro, pues no hay materia más combustible que aquella de la que están hechos los cuentos como sustancia del tiempo y los “Érase una vez”, cual relato que nos traen rumores de embravecidas olas del mar que llegan mansas para acostarse en la orilla, y ponernos a soñar para que siempre lleguemos al lugar donde nos esperan.
Aunque debemos tener cuidado porque a veces, los cuentos se pierden al ser contados. La verdadera dimensión de la ternura y de la inocencia carismática de Lucas es cuando él en su mundo interior, que sólo él conoce, se mira y nos mira con la bondad de sus ojos para multiplicarte en cada una de sus miradas, por la puerta que da al cielo para inclinarse y saludar con fervor a su tía Larissa y recordarme esa misma mirada como trillo leal de su corazón. El es un espejo que me devolvió una imagen actual de mi mismo y, en el interior de ese espejo, creí verme jugando con mis hermanos y los juguetes que los Santos Reyes nos dejaban en aquel otrora santo día, y el azogue me trajo también a una bella mujer, afanosa, bordando en una Singer de pedal y a un hombre trabajador y cabal guiando un Opel Kapitan primero y un Chevrolet del 54 después, que con sus llantas, cimbreaban las vías de ésta ciudad que creo ya no existe, entonces recordé unos versos del británico William Wordsworth: “…pasados los años que sea tu mente la morada que guarde aquellas formas hermosas de tu vida…” .
En mi habitación tengo tu fotografía y cada día te hablo y de doy las buenas noches, y hago ante ti mi oficio litúrgico al momento de acostarme y llamarte en mi sueño de vigilia para dialogar con el misterio. Anoche sentí que deseabas darme algo, ahora entiendo que eran tus diecisiete años de ausencia vestidos con todos los recuerdos de los momentos felices que pasamos junto a ti.
Homenaje a la Santa Larissa Alexandra Cabrera
Almonte, de su mamá Milagros Almonte, de sus hermanas Liza y Melissa Cabrera Almonte y de su papá José_Dorín_Cabrera

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